4.11.13

Harina de otro costal



La chica sin paraguas caminaba velozmente por la vereda del coliseo, casi a la altura de un restaurante de comida rápida llamado El Bigotón. Seguía sus pasos como quien sigue a lo que cree sagrado. La formidable virgen poseía en su andar la cadencia de lo trascendental: suculento fruto de ingeniería biológica que, sencillamente, no se podía dejar de mirar. La vecina de la tienda del parque me la había señalado desde su habitual puesto de control (detrás de un precario mostrador junto al encadenado teléfono de alquiler). -¡Vea joven! Esa niña que va allá se olvidó su paraguas-. Es así que, sin pensarlo dos veces, tomé el artefacto y salté a la calle como un reptil del mesozoico, dispuesto a seguirle el rastro hasta las últimas consecuencias. La empecé a mirar y me dejé llevar. Le di alcancé en la esquina de los bomberos. Posé mi garra en su hombro con la intención de llamar su atención. Al voltearse, clavó su mirada en la mía, haciéndome sentir de manera simultánea: el vértigo del amor, y la urgencia de incubar ese vértigo, como instrucción única, en lo más profundo de su ser. Cadenas inacabadas, series inmaculadas de dígitos, unidades fundamentales. ¡Oh, mágica y estúpida genética! ¿Qué maravillas serías capaz de engendrar como premio a mi estoica ingenuidad? Vi venir todo aquello y sin embargo, no pude hacer nada al respecto. La recuerdo como si fuese ayer. Sus ojos claros, su raída chaqueta azul sobre el horroroso saco del uniforme. Me llegaron mil chismes de las mil huevadas que hizo pero me valió verga. A ella le gustaba escuchar y podía hacerlo por horas. Nunca me reprochó nada; a veces se ponía celosa, pero al rato se le pasaba. Era un campo de tierra fértil en el que se me permitía labrar los deseos más primitivos. La amaba como un retrasado mental a su único pariente. La quería con locura; tanto que hasta hoy suspiro, tanto que las piernas me siguen temblando cuando la imagino caminando por la vereda del parque, haciéndome recordar ese primer golpe; golpe al que le siguieron otros muchos; y es que ella jugaba Street Fighter y Rival School y Tekken como los dioses. Se cagaba de risa esta vida y la otra. Un día cualquiera me dijo que ya no me quería. Le di las gracias sin atreverme a hacer preguntas. Oh, sí; me enfadé con la vida, me ahogué en las arenas movedizas del tiempo; pero siempre retornando; como quien llama a colgar: a esos lugares comunes; a esos bucles de tiempo en donde se reproducía la misma escena una y otra vez. En vez de encontrar un nuevo norte no hice más que compadecerme. La formidable arquitectura del amor se transparentó pero sus fantasmas nunca terminaron de disiparse. La vida dejó de ser un parque de atracciones para convertirse en un terminal aéreo abandonado a la inclemencia de las fuerzas naturales. Vuelvo y la busco, pero siempre tiene otro. Ahora mismo, uno de ningún modo perverso: más bien del tipo feo y bueno; cualidades que siempre vienen juntas, como demuestra el siguiente silogismo: (//Todos los feos son buenos. // Juan es feo. // Juan es bueno.//) Sí. Ellas tienen el poder, más cuando por esas cosas de la vida, o por esas cosas de los hombres, los ciclos naturales del uso y hastío de las formas vivas se interrumpe. No debemos permitir que nos dejen con las cosas a medias; mucho peor cuando se trata de cosas que tienden a escapar del álgebra más rudimentario.

Blue Whale

1. Mi animal favorito es la ballena azul. Anoche me acosté pensando cómo sería si fuese capaz de convertirme en una.  2. Mi parte favorita s...