4.3.12
Deudas firmes
La gente empezó a murmurar. Cualquier pendejo sabe las cosas que no se le pueden discutir a un cajero. —Patroncito de corbata es: sin su acolite quierde platita—. Y la voz del apuro colectivo no se hizo esperar: —Siga siga que hay que volver al trabaju—. Me cago en dios: como si uno no supiera quién es el que siempre ríe al último. En ese momento me sentí de manera opuesta a cuando uno siente que no puede pedir más. Ahí estaba yo, mi dinero, y mis putos formularios llenados al revés que me habían secado el cerebro la noche anterior. Maldita sea la rendición de cuentas mal cobradas y maldito mi orgullo matemático: ese bebé mal alimentado que chupa de la teta de quien se cruce por sus narices. Detesto a los cobardes que se abusan del número, sí, nunca terminaré de entender a la gente que va al estadio a empaparse en las olas de la histeria colectiva.
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1 comentario:
uyuyuyuyyyyyy!!!!!, divina cochera.
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