8.1.09

PNN-177


La Blazer estaba estacionada frente a la casa. Como era de esperarse, le faltaba la placa delantera. Toqué el timbre. Una voz habló desde el interior.

—¿Quién?
—Buenos días, busco al señor Flores.
—Soy yo. ¿Quién me busca?
—Soy el dueño de la perra que atropelló el domingo por la mañana. Vengo a devolverle su matrícula y, de paso, a pedirle una explicación.
—No sé de qué diablos me está hablando. Será mejor que se vaya. Yo no he atropellado a nadie.

Colgó el citófono; volví a timbrar, más fuerte esta vez.

-Mira, hijodeputa, si no te largas de aquí, voy a salir y te voy a sacar la puta.

Colgó otra vez. Sentí que mi cuerpo se incendiaba de la ira. Saqué el celular y llamé a un par de amigos. Di media vuelta y fui a casa para reunirme con ellos. Les conté lo sucedido. Se habló de todo. Desde atropellarlo –código de hamurabi— hasta de complicadas estrategias para hacerle perder todo su dinero –el arte de la guerra. No quería llegar a la violencia, pero quería darle una buena lección. Una que no olvide jamás.

Empecé a merodear la casa por las tardes. Al tercer día, a eso de las siete, vi llegar la Blazer. Estaba oscuro pero se veía perfectamente. Para mi sorpresa, un enano salió del auto y entró a la casa. No medía más de un metro veinte de altura, vestía camisa azul y pantalón blanco, tenía recogido el pelo en una graciosa colita. Una mujer esperaba al volante con las luces de parqueo encendidas. A los pocos minutos, Flores salió de la casa con un disfraz amarillo. Subió al auto, no sin cierta dificultad, dieron media vuelta y se fueron. El señor Flores resultó ser inocente después del todo. Al otro día, visité nuevamente la casa.

—¿Quién es?
—Busco a la señora flores si es tan amable
—Como no… ¿De parte de quién?
—Soy el dueño de la perrita que su esposa atropelló el domingo por la mañana.
—Otra vez usted. Voy a salir y le voy a enseñar a no molestar a la gente decente.
—Eso me gustaría verlo.
—Lárgese o llamo a la policía.

Colgó por tercera vez.

La situación me estaba exasperando. Saqué un libro de Ortega y Gasset y me senté en la acera de enfrente. Esperé dos horas; entonces, la puerta del garaje empezó a abrirse. Me coloqué a dos metros de la rampa, cerrándoles el paso. El vehículo no se detuvo y tuve que saltar para que no me atropelle. Antes de que el auto desapareciera por la esquina, pude ver de cerca el rostro de la señora Flores.

Me pregunté qué sería más duro para él: ser enano o tener que acostarse con ese monstruo todos lo días. Como si esto no fuera suficiente, tenía que usar un ridículo disfraz para ganarse la vida. Di media la vuelta y fui a la oficina, tenía un montón de trabajo pendiente.

7 comentarios:

a dijo...

Gracias por los comments, buen chucheria... yo le digo a esas cosas que venden en los basares onda todo por $2 y cosas chiquitas jajaja, de donde sos?

Lola dijo...

El mejor amigo del hombre... y de la mujer! Si la historia es real, mi más sentido pésame porque perder una mascota es la mayoría de veces perder mucho.

Gracias por siempre pasar por aquí.

So dijo...

Igual, la plena, estaría bueno q le destroces la camioneta. que sepa que eres vos no importa, grafitearle el carro, par vidrios abajo.

Te digo, si fuera mi perro... no tienes idea lo q le hacía.

El Apestado dijo...

Inquietantes, los enanos. No me mettería con uno de ellos ni loco. ¿cómo les ves a los ojos?

Unknown dijo...

He oido que la noche,
es toda magia y que un duende te cuelga el citofono...

Mr. H3rv45 dijo...

Como decía el filósofo pegado al bigote... lo peor que se puede sentir por un ser humano es lástima.

a dijo...

yeeeeeeeeeeah sexy sadie.
que lindo España.

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