
Estaba decidido. Empezaría por la sala, luego el dormitorio, el baño y para terminar, los platos mohosos de la pila. El bus no avanzaba así que me bajé para hacer el último tramo a pie. Entré al supermercado del centro comercial, estaba —como siempre— repleto de personas, que como a mí, les encanta hacer fila. Ese tipo de personas que guardan sus ahorros en el Pichincha; pobres y obedientes como yo. Pagué alrededor de cuarenta dólares por tres cartones de vino chileno, un par de bolsas gigantes de papas, queso maduro troceado, aceitunas verdes y chupetes de caramelo. Tal vez haya comprado algo más, seguramente algún artículo de limpieza; y es que la casa no había sido barrida en un par de semanas; hablo del tipo de suciedad que desaparece con la ayuda de bolsas plasticas; esas que te dejan asombrado por su peso y delicadeza; el efecto bolsillo te obliga a meter la mano para transformar algo inerte en un guante o una marioneta. Empiezo moviendo cosas de aquí para allá, llevo las sillas y las cajas al cuarto, barro la sala y luego hago todo en el sentido contrario para barrer el estudio. Puse todos los platos en un solo lavadero y enjuagué el trapeador. Lavé los platos y para terminar, limpié el baño y me puse en remojo por media hora en agua caliente. Salí del baño golpe ocho, revisé el celular pero nadie había llamado. Limpié el polvo, sacudí el rodapié; busqué un video musical, bajé las luces y me serví una copa de vino. Una hora después seguía sin tener noticia de mis invitados. El vino y las aceitunas eran cortesía de la asociación de empleados de la noble institución para la cual presto mis humildes servicios, pero de ahí no tenía ni un peso; no tenía saldo ni mensajes para preguntar que pasaría con el unito o por qué no llegaba el otrito. Me perdí en sueños y divagaciones, el tiempo pasó y para cuando retomé conciencia, me encontraba mirando las marcas de la pared en medio de un completo silencio. Escogí algo más fuerte para escuchar a continuación: la banda del finadito, la de los buenos coros. Angry chair desovilló sus primeras notas y por un momento me sentí solo en el mundo; acto seguido abrí la puerta y dejé entrar al perro.
6 comentarios:
"Vivir orientado al campo, acaso no es un problema de sensibilidad. Se escucha mejor desde el profundo silencio."
Tú, lo dijiste
me gusta!
JA! Encontré una pequeña frase de Loriga y me ha impactado que él, sin que yo haya leído algo de esto, haya utilizado a un loro y un perro... Ahí va
"Como no pensaba querer mucho más a mi loro, se me ocurrió soltarlo para que fuese en busca de algo mejor, pero lo único que encontró fue el perro del vecino. Uno puede querer mucho a su loro pero luego va un perro y se lo come. Por otro lado, uno puede no querer nada a su loro, pero luego va un perro y se lo come. Así que da igual cuánto quiera uno a su loro, porque eso no va a servirle de gran ayuda si anda un perro cerca."
Shakespeare siempre estará cerca...
IIIplesentido:
Por un momento, fuiste Lord Byron junto a su famoso perro Boatswain!
Eso lo dice todo.
y dibujaste, tú?
ahí?
o luego
lo dibujé más bien antes
AHORA ES MÍO.
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