
Llegué tarde a casa por cuestiones de trabajo —del tipo de encargos que ayudan a levantarse o a sostenerse, dependiendo del caso—. No eran buenos tiempos —en realidad nunca lo habían sido del todo— y la cosa no andaba como para desechar chauchas. Consuelo había arreglado la casa como si se tratara de un importante aniversario. El mantel rojo, -omnipresente en reuniones familiares y fiestas de corbata- la ensaladera de la abuela, la vajilla, el queso, la botella de vino,las servilletas, las velas, todo en su sitio. No quise pensar en lo que se avecinaba. Devoré la cena sin saborear. Entonces me dijo, —como quien no dice nada— que ya tenía los boletos de avión y que se marchaba. Asentí con la cabeza y luego se produjo un silencio incómodo. Terminada la cena —y el vino— se sentó en mis piernas. Quise decirle que me dolía la cabeza pero no me atreví. Salí a fumar a eso de las doce; el cigarrillo se consumió con rapidez y fue entonces -un segundo antes de apagar la colilla con el dedo gordo del pie- que entendí algo que nunca había sentido tan cierto. El tiempo se acelera como la gravedad. Y ahora mismo viajo hacia ninguna parte montado en una alfombra persa sin frenos y el gato... ¿y el gato?
5 comentarios:
En portada: Viktor Vasnetsov.
de digno vuelo
Avanzas y escribes.El tiempo se vuela y vos pretendes hacer algo en el
Ke genial ke es leer todo lo ke escribes!!!... Full inspiración!!
FFANDRA
el notar la ausencia el gato provocó la ausencia de un final que parecía prometedor ;)
No importa... el resto del relato es suficientemente estimulante para la imaginación ;)
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