Enquistados en pequeños cuartos sin
ventanas o escondidos en subsuelos de edificios, los fumadores de basuco
comparten con miedo el silencio. Desde pequeños y marginales
locales cuya puerta sólo se abre por fuera hasta los lujosos departamentos con
la mejor vista de Guápulo de la gente ‘in’, el olor de la mierda química busca sus
rutas de escape tras dejar al soplo las bocas de los volcanes humanos que disfrutan
el humo de la mentira. No creo que exista ciudad sobre
el planeta, que no incluya entre sus ofertas, entre sus fragancias nocturnas,
el singular olor de la pasta base. Me cuesta tanto imaginar
marihuaneros egoístas como basuqueros generosos. Uno puede dejar de fumar weed por
días y ‘fresco’; se puede compartir el último cogollo con un extraño y ‘no hay
drama’, porque la weed se va con el humo y vuelve en las mil formas del karma. Pero
con el basuco la huevada es muy diferente. Por eso molesta que los que no
tengan una idea digan: -Ese tipo anda en drogas-: Como si el marihuanero, el
basuquero y el jalón, fueran la misma pendejada. Los fumadores de basuco no
confían en nadie y nadie confía en ellos. En su mundo, nada se regala, ni se
comparte, nadie se fía ni se paga por partes. Le debo al basuco la peor experiencia
con el mejor aprendizaje. De no haber experimentado este vicio, no sabría, a
ciencia cierta, reconocer cuán cerca ando del suelo. Le debo al basuco una
sombra de humo que cuida mis actos. Le debo al basuco, y más específicamente a
sus contumaces consumidores: la certeza de la insustancialidad de un vicio y la
noción de inconmensurables pérdidas; pero sobre todo; la certeza de que con la
droga nada se cura ni nada se arregla; todo se suspende. El basuco es la mentira, como bien canta Manu Chau, pero algo bueno debe tener… No recuerdo haberme topado con mucha
gente alegre en ninguna ‘fumetiza’. La gente anda tan tiesa y tan atenta a las
escurridizas fundas que vienen y van que apenas y pueden pronunciar palabra.
Las caras de miedo se evitan por horas, hasta que por esas cosas del vicio, o
de la vida, el temor del unito se incrementa por la cara de muerto del otro, y en
el momento menos pensado: el pánico.- ¡Pilas, pilas! ¡Los chapas! Mal
contenidos en sus propios cuerpos, comiéndose las uñas o espiando por las
ventanas, angustiados por un supuesto operativo que nunca llega a suceder. La familia me animaba a sacar
adelante la carrera, me buscaban cursos de inglés, pero yo no estaba para hacer
ni lo uno ni lo otro. El basuco es algo de temer y de no creer; recuerdo
haber escuchado a más de uno pedorreándose con la sola idea de ir a ver si se
consigue; recuerdo gente aguantando el vómito, o las ganas de cagar, por no dejar
de seguir fumando hasta que se termine. El cuerpo enfermo que no sabe
engañarse envía señales de auxilio: tembladeras, sudores, calambres; mientras que el pobre cerebro,
agotado de lidiar con tanto desencanto, no hace más que dar el visto bueno, y
sin pensarlo dos veces, pone en marcha la repetitiva como enfermiza cadena de
acciones del Manual del Basuquero. El egoísmo tiene jurisprudencia
en todos los rincones en los que el humo del basuco penetra. No importa cuán solo estés, en el
mundo del polvo siempre hay alguien tan solo como tú para hacerte compañía. Y cuando
el roto y el descosido se juntan, y acuerdan juntar fuerzas, no falta la
ocasión para sapear, madrugar o arranchar: los relojes o los celulares, que más
temprano que tarde, terminan en manos de un brujo, tan o más ladrón que ellos. Y es que ‘ciertas personas’ en
necesidad son capaces de cualquier cosa. Recuerdo a un destruido personaje que
habría sido capaz de acompañarme caminando hasta Carcelén con la sola condición de dejarle
fumar un par de pipazos de la funda que tan comedidamente se había ofrecido
acompañarme a comprar. Por el consumo del basuco, ves a
gente valiente volverse descarada. Cuando fumas basuco no te
importa el pasado ni el futuro; no dudas en lo que haces, no te
preocupa lo que dejaste de hacer ni lo que dejaste para mañana. Las drogas, aunque parezca lo
contrario, no mienten. Uno les entrega por voluntad todo lo que les reclama. Mientras tanto, en los más
insospechados escondites, el olor de la mentira lucha por mantenerse lejos de
las narices de los sapos (toallas e inciensos son bienvenidos). Solo así, suspendidos
en el vacío de lo inmediato, las almas de los moribundos se codean con los espíritus
de los muertos en la sorda dinámica de fuego y humo del polvo base.
14.12.13
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4 comentarios:
tengo un primo médico basuquero vecino, tengo toallas e inciensos, también a ratos tengo iras, , ,
je, je :)
jaja, me gusta mucho la poesía moderna, la poesía whatsappera. La twitera, es una nueva forma de leer poesía, frases cortas que forma contienen. En fin, yo participo en varios de estos grupos, prefiero usar el whatsapp para pc porque de otro modo el teléfono todavía me incomoda para escribir.
y a mí qué me importa?
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