Me levanté asustado por el sonido de dos voces. Lo
curioso es que estaba soñando: soñando que soñaba y que me despertaba. No pude ver mi cuerpo en la cama. Quizá sea porque es tabú
en sueños: un recurso del cerebro para que no te asustes y te despiertes por la
impresión de verte ahí acostado, exánime y con las manos sobre el pecho, como
un difunto. ¡Y si te vieras abrir los ojos! ¡Eso sí que daría susto! Como
si en un acto de rebelión, el continente reclamara con celo su contenido: como
si contener fuese su razón primera y estar hasta el borde su estado apetecido. Habiendo alguien ahí ¿Quién, o qué, vendría a ser uno? Es
por esta razón que no me esperaría algo de esta naturaleza; además, porque acabo
de atribuirle voluntad a algo que no la tiene. Ahí estaba la esquina y con algo de imaginación, la cama y
la colcha de Bob Esponja, pero, simplemente, no se podía mirar (insisto en este
detalle porque ansiaba reconocer mi cuerpo para tomar conciencia del sueño). ¿Un velo de maya?, ¿un bug de la matrix?, ¿Una
incepción casera e ingenua?, quizás algo de todas las anteriores, quizás
ninguna: ¿Cómo abrazar la originalidad en un mundo en el que todo está dicho?
Acostumbro a evocar las escenas, los sucesos y el simbolismo
que la maquinaria onírica despliega con la luz verde del inconsciente. Contrario
a lo que pueda parecer, tengo tantos deseos reprimidos como cualquiera. A pesar
de ser tabla por ambos lados, no soy de palo, y fantaseo en sueños como el
resto de los mortales. A veces caen mal los que… ¡Ah!, dejémoslo así.
Estaba, y al mismo tiempo, no estaba ahí. Había abierto
la jaula de la experiencia corpórea en el umbral de la maquinaria onírica, y
desplegando mis alas, incursioné en una mecánica de corte astral canalizada a
través del inconsciente. Ahora que lo pienso bien, en Inception despiertan de un sueño para entrar en otro. Di Caprio podrá decir que saqué estas
ideas de ahí, pero nones. En la película, el salto de un sueño a otro es puramente
instrumental, además que de astral no tiene nada. Hay quien afirma que la conciencia reside en el plano
astral, cosa que no comparto, sin embargo, he tomado prestado el término con
fines didácticos, una licencia para poder hacer visualizar al lector, con algo
que le es familiar, algo muy difícil de explicar en otras palabras. Si esta
experiencia “astral-onírica” no tiene nada de novedosa, ¡qué se le va a hacer! Y
si algo tiene, y la posteridad me hace justicia por el neologismo, pues muchas
gracias. Escuché voces y fui hasta la sala para ver de quién se
trataba. Sentados alrededor de la mesa, encontré bebiendo a tres personajes,
así que me apuré a decir:
—Señores, me van a disculpar
pero no puedo descansar tranquilo con ustedes aquí.
Entre los asombrados intrusos, reconocí nada más y nada
menos que a Don Aurelio Denegri.
—¿Eres Denegri, el lingüista? —le
pregunté.
Denegri tomó un sorbo de licor de un minúsculo vaso azul
y movió afirmativamente la cabeza. Puse mi mano en su hombro para que no se
levante y custodié a los otros dos hasta la puerta, quienes me rogaron que les
deje estar, pero fue inútil. Antes de irse, ofrecieron volver con unos culitos.
—Bueno, bueno… ya veremos —respondí.
Tener borrachos en casa, especialmente si me voy a echar
a dormir, es algo que solo me pasa en sueños, sin embargo, nunca es mal momento
para una buena cátedra de lingüística. Especialmente cuando compras recargas de
tres dólares para tener internet y tienes que racionar los datos. Denegri estaba bebiendo con fatalidad andina, su aura
tenía el color de quien ha perdido el amor de una manera injusta. Al principio,
acompañé su pesadumbre en silencio, y pensé en Lima: en la belleza de
Miraflores, en la arquitectura colonial del centro histórico, en el muro de la
vergüenza, el parque de los gatos, en el nada pacífico océano que baña la costa
en el Callao; el Hotel Roma, las papas a la huancaína, la cerveza cuzqueña, y un
poco hasta ahí llegaban mis recuerdos porque apenas estuve unos días. Después recordé lo hablador que era Denegri en sus
programas y pensé que si en efecto le habían roto el corazón, de seguro tendría
interesantes referentes etimológicos para comparar su sufrir y reflexionar. No creo que tenga nada de extraordinario exigirle a un
lingüista de ese talante a usar la lengua para que haga brillar con ese acento
limeño tan neutro, el castellano.
—Oiga,Denegri, ¿qué es lo que tanto le aflige?
Pero Denegri seguía pensativo, ensimismado. Fumaba y exhalaba
bocanadas de humo azul. El pequeño vaso, cautivo entre sus nudosas manos,
parecía contener la respuesta a todas sus preguntas. El hombre quería beber
hasta perder la conciencia, pero eso no iba a pasar porque un Denegri dormido
no me servía para nada.
—Ya, cuénteme Denegri. ¿Quién le hizo tanto daño? —Pero el hombre no lograba
expresarse, al parecer, le faltaban palabras.
La sala estaba en penumbras y el momento se tornó
aburrido y decepcionante. Yo era el dueño de casa y me había hecho
expectativas, sin embargo, Denegri daba sorbitos a su vaso y se iba encogiendo
en la silla de a poco.
—No se encoja Denegri, mejor,
cuénteme algo.
Acerqué mi silla, y puse los codos en la mesa. Viéndolo
de cerca, Denegri lucía rejuvenecido y un chance manaba.
—¿Eres realmente Denegri?
El viejo no dijo palabra, pero luego se reanimó un poco y volvió a
asentir con la cabeza. Me contuve otro largo rato, pensando en respetar su
momento, parecía sufrir como alguien con pensamiento profundo, pero al rato se
me volvía a tornar inconsistente, así que lo tomé de las solapas lo levanté de
su asiento y empecé a agitarlo como a un muñeco.
—Diga algo, Denegri, por
favor. ¡Oh!, un momento… Acabo de recordar… ¿Acaso Denegri no está muerto ya? A
ver, a ver, ¿Quién es usted? ¿Cómo llegó a mi casa?
Denegri, se dejaba zarandear. Cuando me cansé de agitarlo
lo tomé del brazo y lo saqué por la puerta sin certeza de si era mismo, o no, mi
admirado Denegri. Hecho esto, y listo para volver a mi cuerpo, me percaté
con asombro que Denegri seguía sentado a la mesa con su inseparable vasito azul
que brillaba como si el director de fotografía del sueño hubiese apuntado hacia
él, una luz especial.
—¡Ah!, eres un fantasma” —sentencié.
Pero el tonto de Denegri no articulaba vocablo. ¡Habrase
visto algo más desesperante! Lo volví a sacar y volvió a aparecer en la mesa. Y así,
tal como lo cuento. Entonces me entraron unas ganas de mear de otra
dimensión, y cuando entro al baño, el piso estaba colmado de arena de gato y la
taza tapada igual. Como no me pude aguantar, no me quedó más remedio que apuntar
a la ducha. Dirigí el flujo a una esquina y cuando se formó una lagunita,
apunté a un lado seco, y así una y otra vez. La evacuación era tremenda y no
parecía detenerse, así que empecé a jugar con el chorro, haciendo ir y venir
las olas de la micción enturbiadas con arena. El líquido empezó a evaporarse. Si hubiese despertado en
ese momento… Pero no, la noche fue larga como una buena digestión. Acordándome del farsante, pude sacar la cabeza del baño para
espiar mientras ponía la otra bajo resguardo. Para mi asombro, la casa estaba llena de gente y por la
puerta entraban más.
Pude reconocer a los que acaba de echar y en efecto
habían traído culitos y entonces, sentí el terror de los solteros cuando les
cae una visita sorpresa. Denegri me había hecho la casita y les había abierto la
puerta. Les pedí a todos que bajen la voz y que nadie entre al
baño hasta solucionar el problemilla. Pero eso no se iba a solucionar así no
más, ¿Quién era toda esa gente? Habían
tantos que no encontraba por dónde empezar para sacarlos a todos. El primer grupo me puso carita de plis, como si de una
buena fiesta se tratase; de hecho parecía una buena fiesta, se notaba a leguas
que yo no la había organizado.
Caminé al cuarto y encontré a uno hablando a voces.
Bofeteé al extraño y le dije que si no se comportaba lo echaba a la calle, el
resto de personajes se estaban drogando, pero sin hacer ruido. Resignado, volví al baño para ver qué podía hacer pero encontré
la puerta cerrada. -Todo esto es su culpa,
Denegri -murmuré entre dientes mientras lo buscaba entre la
multitud. Cuando la situación no podía empeorar, ya con un pie en
la sala, apareció uno de mis clientes, quién, al parecer, había regresado de
golpe a la ciudad, y detrás sus tres hijas. Como no pude detenerlos, una idea
entró a mi cabeza haciendo olvidarme de golpe de todas las demás: ¡Tenía que
matar a Denegri! Busqué al lingüista en todo el apartamento pero era como
si se hubiese esfumado. Cuando lo di por perdido, me percaté que junto al baño
había aparecido una puerta, así que con el mentón bajo y los puños cerrados di
tres trancadas y traspasé el umbral para sorprenderlo. Pero ni rastro de él, en
cambio, ahí estaba Federica, peinando arena con un rastrillo japonés sobre una
mesa de luz, y a su lado, completamente a la vista, aunque aislado por un
grueso panel de vidrio, el baño de la inmundicia.
Mi cliente, habiendo constatado lo bien que me la pasaba en
su ausencia, a pesar de las frecuentes quejas con que lo mortificaba por lo
poco que ganaba en sus encargos, se marchaba ya por las escaleras. Lo alcancé en el descanso para disculparme, y sin dejarme
hablar, dijo que me había traído algo. Dirigí mi vista hacia donde apuntó su
índice y mi vista aterrizó en el patio de abajo. En principio no pude ver nada,
pero fijándome mejor, pude ver dos animales moviéndose rápidamente. Eran dos
pollos negros.