
Comida express y conversación encendida. Mirar el techo para enfriar las cosas. Levantarse de la mesa y fumar un cigarrillo en la cocina. El puzzle de Picasso es un excelente pretexto para encerrarse en el estudio. Colocas una docena de piezas en su lugar y luego te quedas dormido en una posición incómoda. Por la noche, le dices que te explota la cabeza y que ni tú mismo te aguantas. Intentas explicárselo; le cuentas que odias tu nuevo corte de cabello, la peluquería, los peines, los tintes, los espejos y las tijeras; que tu nuevo tú no se reconoce, que extrañas tu viejo yo; le cuentas que ésta mañana, te sorprendiste espiando la nueva forma de tu cabeza en el reflejo del vidrio ahumado de una camioneta. Ahora ya lo sabe, eres un hombre distinto incapaz de determinar si cambió para bien o para mal. Puedes decirle también que el día de hoy se te hizo muy parecido a la tarde de ayer y que, aunque no puedas ver el futuro, el mañana no te sorprende. Para terminar la conversación, le confiesas que, a diferencia de otros días, no pensaste en ella ni una sola vez. Volver a casa, abrir un cajón y quemar fotos viejas en las que tu propia imagen te resulta desconocida. ¿Qué ha pasado contigo? ...intentas hacer el ejercicio mental y acabas resolviendo la ecuación simple que flotaba en tu inconsciente desde hacía semanas. ¿En qué te has convertido? ...piensas demasiado y solo obtienes conclusiones equivocadas. ¡No soy yo! ¡Es mi alrededor! ...y, de repente, encuentras nuevas respuestas a viejas preguntas. Tus gustos han cambiado y nada será como solía ser. Ahora sabes que todo terminó pero no se lo quieres confesar a nadie. Todos, al igual que ella, se marcharán cuando lo consideren oportuno. Una palmadita en la espalda hará las veces de una palabra dulce o de una sonrisa.